Personajes extraños,
ancianos con maletas y mucha dignidad,
jóvenes que aprendieron
la impertinencia de la seducción
en modas y países diferentes,
ejecutivos de provincias,
fauna descalza y sin pudor,
que duerme en los sillones
del aeropuerto.
Junto a los ventalanes
las nubes y la pista de aterrizaje vierten
un veneno romántico en la modernidad
y cada cual espera su salida.
Alegrías, nostalgias, inquietudes,
un cansancio de mundo.
Que le preste dinero para un taxi
me pide un hombre desvalido
que perdió el equipaje esa mañana
al volver de París.
Eso me cuenta.
Yo lo veo marcharse,
cruzar entre viajeros.
En las pantallas electrónicas
se baraja el destino,
aletean los nombres de ciudades extrañas.
Mira las nubes y por fin se aleja
en busca de su isla
donde química y muerte resultan naturales
y las altas palmeras son de plástico.
L.G.M.
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